Autora: Irène Némirovsky
Traductora: Gema Moral Bartolomé
Año: 2015 (2006)
Primera edición en francés: 1930
Editorial: Salamandra
Género: Novela corta, nouvelle
Valoración: Me gustó
Tengo la sensación de que los que conocen a Irène Némirovsky, autora judía de procedencia ucraniana, lo hacen por aquella sorprendente historia sobre el rescate de su novela Suite francesa, publicada en 2004, 62 años después de la muerte en Auschwitz de Némirovsky. Es verdad que la historia es tan increíble como desgarradora (no la cuento aquí porque está everywhere en internet, por ejemplo, al final de esta entrada). A pesar de que su publicación fue póstuma, resultó merecedora del premio Renaudot, otorgado por primera vez a unx autorx fallecidx. A partir de ello el nombre de Némirovsky fue catapultado y Suite francesa traducida a muchos idiomas acto seguido de su publicación, más de un millón de copias fueron vendidas en todo el mundo. En español, Salamandra tomó la iniciativa y editó 13 títulos de la autora.
A pesar de que los años previos a Suite francesa fueron de modesto olvido, la verdad es que Iréne Némirovsky fue también famosa en su propia época. David Golder, su primera novela, fue rápidamente admitida por la editorial Grasset —Némirovsky la envió bajo anonimato y la editorial se vio en la necesidad de buscar al responsable de la obra mediante un anuncio en el periódico—, y un año después, en 1930 y con tan solo veintisiete años, saltó definitivamente a la fama con El baile. A partir de ese momento, su producción fue prolífica, al menos mientras pudo serlo, porque en 1940 el antisemita gobierno de Vichy le impidió seguir publicando —y al resto de judíos seguir trabajando—.
El baile es un relato largo, una nouvelle caricaturesca y tensa a partes iguales, sobre una familia de nuevos ricos, los Kampf, que anhela el reconocimiento de su nuevo estatus socio-económico por parte la alta sociedad francesa. Con esto en mente, deciden ofrecer un gran baile, un baile inolvidable, con doscientos invitados distinguidos. Sin embargo, en medio de este entorno entusiasta y soñador, en silencio se asoma una amenaza que podrá frustrar los planes de los Kampf. Antoinette, única hija del matrimonio, con catorce años y un espíritu —enfermizamente— soñador, herida por no poder asistir al baile —lugar idóneo para conocer a un caballero—, encontrará la forma de vengarse de sus progenitores y sabotear el tan anhelado evento. No se trata de un plan elaborado y premeditado, ni mucho menos, sino de casi una casualidad, un momento en el que el oportunismo y los impulsos se alían para desencadenar una desgracia silenciosa. Este momento crítico para las ambiciones de los Kampf lleva la narración a su máximo punto de tensión, que después no volverá a relajarse hasta la última página del libro.
En este relato, Némirovsky apuesta por un narrador en tercera persona de lo más tradicional, con un tono ligero y buen balance entre narración y diálogo, y una trama casi absurda, protagonizada por personajes que más bien se acercan a meras figuras: caricaturescos, incluso grotescos. Los complejos de clase y religión —el señor Kampf es un católico convertido—, las exigentes convenciones de decoro, la corrupción humana por dinero y estatus, el individuo por encima de la familia, son rasgos que la autora agudiza hasta crear seres deformados por la envidia y la ambición. Aunque el tono sea marcadamente satírico, las construcciones psicológicas brillan por acertadas, de modo que la demanda social del relato, un claro retrato de la clase más privilegiada en el París de los años 20, cercanísimo a la propia Némirovsky, cobra una gran solidez.
Aunque este retrato tan fiel y tan caricaturesco a partes iguales es central en la lectura, para mí la figura de Antoinette es la de mayor interés por su poder narrativo, y la quiero comentar desde dos puntos de vista distintos. Sabemos ya que la ficción representa la realidad, pero que también tiene un inmenso poder de determinarla, que el consumo de narrativas a lo largo de nuestra vida nos hace ver convenciones arbitrarias, condicionadas por las relaciones de poder, como verdades incuestionables. Si estas narrativas no se modifican, si no son sometidas al análisis y a la reflexión, difícilmente cambiarán las relaciones de poder de la sociedad.
Madre-hija
La construcción de la relación que mantiene Antoinette con su madre es terrible, fría y combativa. Antoinette representa a la temprana juventud, a la mujer en potencia, y su madre Rosine, a la mujer olvidada. En ese sentido ninguna ocupa el lugar que desea, pero en el fondo son la misma: la que es demasiado joven y la que se ha vuelto vieja para el mundo. Suelo dedicar tiempo a pensar en las narrativas que se construyen en torno a las relaciones de padre-hijo y madre-hija, que son, obviamente, muy distintas. Mientras el hijo busca el reconocimiento del padre —solo quiero que esté orgulloso de mí, bla bla bla— y se lo tiene que ganar activamente, la hija reemplaza a su madre casi por inercia, por lo que las relaciones entre ambas son espinosas. Desde una edad temprana la hija asumirá las responsabilidades propias de las mujeres sin la intención de alcanzar ninguna meta, pues simplemente es lo que se espera de ella. La madre —que, por cierto, muchas veces es madrastra—, envidiosa y ensimismada, verá a su hija como una amenaza, por su juventud, su belleza, su encanto y frescura.
En este caso Antoinette no es una princesa encantadora, sino una caricatura de adolescente, dolida por el rechazo constante de su madre, pero el arquetipo es el mismo.
¡Ah! Déjame tranquila, ¡eh!, me molestas; mira que llegas a ser pesada, tú también”, y Antoinette nunca volvió a darle otros besos que no fueran los de la mañana y la noche, que padres e hijos intercambian sin pensar.
Ambas mujeres están condicionadas a competir por un mismo puesto. Así nos enseña la narrativa que son las relaciones entre mujeres: regidas por la envidia y la competencia. Tenemos que ser la manzana más brillante o nadie nos comprará. Estas narrativas perpetuadas durante siglos conforman roles de género reales, muy poderosos y peligrosamente estáticos. Némirovsky parece ser consciente de ello:
Fue un segundo un destello inaprensible mientras se cruzaban “en el camino de la vida”; una iba a llegar, y la otra a hundirse en la sombra.
La literatura, fuente de locura
Además de la reflexión en torno a las relaciones materno-filiales, Antoinette representa de otra manera la influencia de la narrativa en el mundo real, porque es una manifestación más del mito de don Quijote. Consumir ficción supone un riesgo permanente: a don Alonso Quijano el cerebro se le secó por leer novelas de caballería, y Emma Bovary murió sola por sus expectativas de amor, al menos tal y como sus lecturas se lo habían representado. La literatura como la fuente de la locura no es ajena a nosotros-lectores en nuestro día a día: consumimos series, libros, programas de televisión, conscientes de que no son de verdad, conscientes de la línea que separa el plano de la ficción y el plano real, pero muchas veces subestimamos la fuerza que puede ejercer la narrativa sobre nuestro comportamiento.
Sabemos que la locura de don Quijote no es del todo verídica, pero que le permite ser, a pesar de lo paródico, profundamente respetable. Sabemos que Emma, personaje trágico, víctima de la ingenuidad y la crueldad de la sociedad, cae en la desgracia por creer en un mundo que la literatura le aseguraba que existía. Antoinette no es heroica y su destino no es trágico, pero aunque es un personaje carente de grandezas y virtudes, sin duda sufre la locura quijotesca. El problema es que todos la sufrimos, y la hemos sufrido a la edad de Antoinette: durante la adolescencia nos encontramos especialmente vulnerables ante los códigos que irradian las narrativas de cada día. Las asimilamos sin darnos cuenta de que lo estamos haciendo. Así le pasa a Antoinette con su anhelo de amor. Antoinette es una joven y deformada Madame Bovary del siglo XX.
Tenía catorce años, era una jovencita y, en sus sueños, una mujer amada y hermosa… Los hombres la acariciaban, la admiraban, como André Sperelli acaricia a Hélène y Marie, y Julien de Suberceaux a Maud de Rouvre, en los libros… El amor… Se estremeció.
La no correspondencia de ficción-realidad es realmente el motivo que empujará a Antoinette a llevar a cabo la venganza contra sus padres y sabotear su baile: porque se le ha negado el protagonismo, la oportunidad de presentarse en sociedad, de conocer a los hombres distinguidos de París, de cumplir con los protocolos del cortejo. Ella interpreta todo esto como suyo casi por derecho.
En definitiva, la lectura de El baile, rápida y divertida, nos retrata la corrupción humana, el poder de las fantasías y el peligro de aceptar ciegamente las narrativas que nos son impuestas —el storytelling está en todas partes—. Un relato caricaturesco y breve, pero agudo y certero en su crítica. Ideal para una tarde larga.